Oraciones marianas

«La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción de la misión salvífica que Dios ha confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los hombres.» (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 183).

(Imagen: RRSS Real Archicofradía Mª Stma. de Araceli)

La Salve.

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Oh, clementísima; oh, piadosa; oh, dulce siempre Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar
y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Bendita sea tu pureza.

Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial Princesa,
Virgen Sagrada, María,
yo te ofrezco en este día,
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión.
No me dejes, Madre Mía.

Madre del Redentor.

Madre del Redentor, Virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella de mar,
ven a librar al pueblo que tropieza
y se quiere levantar.
Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.
Recibe el saludo del ángel Gabriel,
y ten piedad de nosotros, pecadores.
Amén.

Salve, Reina de los cielos.

Salve, Reina de los cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.

Alégrate, virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, oh, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
Amén.

Bajo tu amparo.

Bajo tu protección nos acogemos,
santa Madre de Dios.
No deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos de todo peligro,
oh, Virgen gloriosa y bendita.

Acordaos.

Acordaos,
¡oh, piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestra asistencia
y reclamando vuestro socorro,
haya sido abandonado de Vos.
Animado con esta confianza
a Vos también acudo,
¡oh, Madre, Virgen de las vírgenes!,
y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a aparecer ante vuestra presencia soberana.
No desechéis, oh, Madre de Dios, mis humildes súplicas,
antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos
y dignaos atenderlas favorablemente.
Amén.

Préstame, Madre.

Préstame, Madre, tus pensamientos, e ilumina mi mente con la luz de tu sabiduría.
Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu lengua materna de amor y de santidad.
Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.
Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierto con tu manto al Cielo he de llegar.
Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más puedo yo desear?
Y esa será mi dicha por toda la eternidad. Amén.

Stabat Mater

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara,
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh, dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en Él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la Cruz, donde veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

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Lun Sep 19 , 2022
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